El Tocororo: un símbolo que se escucha más de lo que se ve.
En los libros de escuela y en las conversaciones sobre Cuba, su nombre resuena con orgullo: tocororo, el ave nacional, el símbolo de la libertad. Pero, irónicamente, pocos cubanos han tenido la suerte de verlo con sus propios ojos.
Dicen que su canto inconfundible delata su presencia antes de que pueda ser descubierto entre las ramas. To-co-ro-ro, to-co-ro-ro, repite como si supiera que su nombre es una melodía. Su plumaje lleva los colores de la bandera cubana: azul, blanco y rojo, una casualidad que lo convirtió en emblema. Pero más que sus colores, lo que lo hace especial es su espíritu indomable: no soporta el encierro, y si alguien intenta domesticarlo, simplemente deja de comer y muere.
El tocororo prefiere la espesura del monte, donde pocos ojos curiosos pueden alcanzarlo. Se esconde en los árboles, en los bosques de Pinar del Río o en la Ciénaga de Zapata. Solo los campesinos, los amantes de la naturaleza o los más pacientes excursionistas logran verlo en su esplendor. Y aun así, en cuestión de segundos, se pierde entre las hojas como un fantasma colorido.
El tocororo es más que un simple pájaro; es un símbolo de la isla misma. Una Cuba que, aunque esté oculta entre los árboles de su historia y su geografía, sigue viva, sigue cantando.
Porque, al final, lo que importa no es verlo, sino saber que sigue allí, libre, como todos sueñan ser.
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